18 de Agosto de 2008 | Página 12
“Malvinas es un nudo que no terminamos de desatar”
En su segunda novela, Nudos (Adriana Hidalgo), Patricia Ratto sigue la estela de un verso del poema El adiós, de Yves Bonnefoy: “Todo está a la espera de que una vez más se lo ate al mundo”. La escritora tandilense anuda historias, voces y cuerpos que se encuentran y desencuentran, que se integran y desintegran en una compleja y poética constelación narrativa. Una asistente social, que siente que no puede hacer nada por salvar a un adolescente de Villa El Gallo, que tiene catorce años, pero parece de once; una nena autista convertida en una suerte de santa; un ex combatiente de Malvinas, cuyo cuerpo es una prueba, “un mapa vivo” de esa maldita guerra de la que no quiere hablar, que vende ratas de juguete en una feria; un chico que mira a escondidas de su padre películas pornográficas, un pederasta, una anciana que vive sola, una mujer que continúa la obra de su marido y colecciona cactus, plantas que son “sobrevivientes, como tantos de nosotros”, además de varios personajes secundarios adolescentes, y muchos perros y pájaros, se cruzan por las calles y las casas de Tandil, ciudad dividida en dos partes por una ruta. Pocos del lado “más amable” y “correcto”, donde habita la clase media, se atreven a pasar hacia ese otro lado, donde las construcciones de chapa y madera proliferan, el espacio libre se reduce, todo se amontona, se hace más precario, invisible. Pero como réplicas, ya sean deslucidas o mejoradas, esas dos partes tiñen y contaminan la mirada de los personajes sobre el universo que los rodea. Y todos, de algún modo, algunos más, otros menos, luchan por sobrevivir, por no volverse invisibles.
“No siempre soy demasiado consciente acerca de cómo y de dónde surgen mis novelas”, dice Ratto en la entrevista con PáginaI12. Pero en el caso de Nudos, que se presentó el sábado a las 19 en Tandil, en la Universidad Nacional del Centro (Unicen), la escritora recuerda que hubo hechos reales que funcionaron como puntos de partida de una historia que hace años quería contar. “Algunos de estos episodios se reflejan casi con exactitud en la novela; otros, muy desdibujadamente”, señala la escritora y docente de literatura, especializada en Didáctica de las Prácticas del Lenguaje. “Uno de esos hechos fue un viaje que realicé en remise, en donde apareció ante mis ojos un rosario de diminutos caracoles blancos que colgaba del espejo retrovisor. Me recordó a aquellos rosarios que, de adolescente, había confeccionado en el Colegio Sagrada Familia para los soldados de Malvinas. Otro hecho fue el encuentro con una versión en formato historieta de La ciudad ausente de Ricardo Piglia, con ilustraciones de Luis Scafati y guión de Pablo De Santis, y la fascinación que este libro produjo en algunos adolescentes con los que trabajaba en una escuela suburbana. Después la historia se fue complejizando, uno piensa muchas cuestiones, antes y durante la escritura.”
La pasión de Ratto por escuchar voces viene de mucho antes de dedicarse a la escritura de ficción. “Un encuentro, bastante determinante para mí, con este ‘arte de escuchar’ aconteció en aquellas lecturas apasionadas que hice de Manuel Puig”, recuerda la escritora. “El otro encuentro con la palabra hablada que fue decisivo como marca de mi escritura tiene que ver con un proyecto que desarrollamos en la biblioteca popular en la que trabajo, la Sala Abierta de Lectura. Como parte del trabajo de evaluación se realizaban entrevistas a los distintos agentes que participaban del proyecto: profesores universitarios, secundarios, maestros de escuela, alumnos, distintos integrantes de familias de muy diferente procedencia social. Luego venía el trabajo de desgrabar las entrevistas. Me acuerdo de que después de realizar la desgrabación paciente de la primera que me había sido asignada, pedí que me dejaran desgrabar más. Me fascinó esa pluralidad de voces, de maneras, de matices del decir; esas formas del habla expresan mucho más que aquello a lo que uno se refiere, y muestran, de algún modo cifrado, lo que uno es, su historia, su contexto, la manera en que uno ve la vida, el mundo”, plantea Ratto. “Me impactaron también las diferencias entre el código oral y el escrito, la imposibilidad que tenía el código escrito para poner en palabras lo que una entonación, un gesto, un silencio, un cuchicheo, un susurro o el contexto social podían expresar con una precisión difícilmente traducible.”
Más tarde, cuando Ratto comenzó a escribir ficción, el desafío de trabajar con las voces se renovó. “Uno no puede hacer dialogar a los personajes de manera hiperrealista, si no la historia se volvería ardua e ilegible. Con esas voces, con esas maneras de hablar, uno crea, compone, inventa un lenguaje que expresa y que muestra a cada personaje, y que de seguro no es el real, no es exactamente aquel con que habla un chico en una villa o un ex combatiente. Ese es el trabajo de escritura que a mí me interesa, y el que yo puedo y elijo hacer en Nudos”, subraya la escritora.
–Chiro, que vive en la Villa El Gallo, está fascinado con un libro que lleva a todas partes y dice: “acá no está bien que lo agarren a uno leyendo”. A partir de su experiencia como docente, ¿por qué el gusto por la lectura no está bien visto “en lugares marginales”?
–La lectura, en el ámbito privado, ha estado desde mucho tiempo atrás concebida como una ocupación femenina. Han sido mayoritariamente las mujeres las encargadas de enseñar a leer en el hogar y en la escuela. Y han sido las mujeres quienes han estado más asociadas con la lectura de ficción, de novelas. Quizás incluso hay, en ciertos sectores, la idea de que la ficción no sirve para nada, de que leer literatura es perder el tiempo, un tiempo del que se supone disponían las mujeres. Esto explicaría por qué ese ideario que asocia la lectura con lo femenino y lo poco útil provoca que no esté bien visto “que a uno lo agarren leyendo”, como dice el Chiro. En determinados ambientes, se piensa que la lectura puede “llenar la cabeza de ideas raras”, quizá porque el que lee se vuelve diferente, se aísla de los que lo rodean (no en vano el acto de leer es un acto íntimo, solitario), el lector se separa momentáneamente del grupo, deja de compartir algunas de sus actividades; puede además después tener otras palabras para expresarse, para pensar el mundo en el que vive, y hasta para intentar reclamar o cambiar algunas cosas de su realidad. Esto lo vuelve doblemente diferente, suele ser rechazado por los demás, porque pone en evidencia las carencias del resto.
–A partir de la evocación de los rosarios que hacía Roxana en la escuela para los soldados, va desplegándose en la novela, como telón de fondo, la guerra de Malvinas. ¿Concibe ese episodio de la historia reciente del país como un nudo que los argentinos no podemos terminar de desatar en nuestra memoria?
–Bueno, desatar los nudos de la historia lleva su tiempo. La distancia brinda una cierta objetividad que suele ser beneficiosa para mirar adultamente lo que a uno –como país o como persona– le ha sucedido. Con el tratamiento que la literatura hace de estos temas ocurre lo mismo. La inmediatez no suele ser buena, aunque siempre hay maravillosas y geniales excepciones, como Los Pichiciegos de Fogwill. La historia de Malvinas es un nudo que los argentinos no terminamos de desatar. Quizá porque es un episodio doloroso, que nos incomoda, que en cierta manera –en una de ésas para no sentirnos culpables– hemos tratado de quitar de la vista, de extirpar o arrinconar en nuestra memoria. Muchas de las razones están puestas en boca de Manuel, que ante la imposibilidad de cambiar ese “no querer ver” de los argentinos, se inventa una historia personal que justifica ante la sociedad cómo ha perdido su pierna; un relato bien diferente de lo que en verdad le ocurrió, una pérdida y una herida que ya no serán de esa guerra, aunque puede que lo sean de otra, aquella de los ex combatientes por no volverse invisibles ante una sociedad que los rechaza.
–Manuel, el ex combatiente, decidió salirse del sistema antes de que el sistema lo expulsara. Aunque no quiere recordar esa guerra, antes de hablar con Roxana, lo hace con Chiro, alguien que no decidió salirse del sistema sino que lo expulsaron. ¿Se podría pensar que la marginalidad “produce” empatía o algún tipo de vínculos entre las personas?
–En Manuel hay una “voluntad” de excluirse del sistema, un volverse invisible buscado, quizá porque él puede hacer una lectura anticipada y sabe que tarde o temprano la exclusión va a terminar sucediendo. En Chiro hay una intuición de que se vuelve invisible, una lucha porque eso no ocurra, y luego también una exclusión voluntaria, cuando se va a vivir a la casilla de gas, aunque luego entregarse para ir al reformatorio parece un desesperado intento por volver a formar parte de la sociedad. La exclusión, la invisibilidad, las “guerras” en las que han peleado o pelean les dan a ambos personajes muchos puntos de contacto y de acercamiento; es en esos cruces en donde se produce esta empatía, este encuentro. En algún momento Manuel comenta con respecto al Chiro: “A veces pienso que es un pobre diablo que está más jodido que yo y entonces le cuento para que sepa que hay cosas peores que la vida que tiene, aunque capaz que no, capaz que su guerra es la peor de todas”. Todo lo cual habla, además, de la mirada poco esperanzada de un personaje que ve, en un país que no aprende de su historia, que la situación de sus habitantes se vuelve cada vez peor.
–Aparece en Roxana y en Manuel la sensación de estar “fuera de lugar”; en el caso de ella por el embarazo ectópico, pero también se lo podría pensar porque se atreve a pasar “del otro lado de la ruta”; en Manuel porque él mismo señala que suele sentirse de “ninguna parte”. ¿Hasta dónde hubo de su parte la intención de trabajar estéticamente con este registro?
–Muchos de los personajes de Nudos se sienten “fuera de sitio”, son personajes que parecen no encajar en ninguna parte, y es ese estado de incomodidad el que los hace moverse en busca de otros sitios. Creo que hay en este “estar fuera de lugar” una incomodidad que en cierto modo es movilizadora, genera búsquedas, desplazamientos. En ese sentido yo suelo sentirme un poco así, algunas veces, y estoy casi segura de que es una de las razones más fuertes que me llevan a escribir.
–¿Habrá de un modo inconsciente, como escritora, un sentirse también “fuera de lugar” por el hecho de estar lejos del circuito literario porteño?
–No, cuando digo que me siento “fuera de lugar” lo pienso de manera más amplia, como no terminando de ubicarme en la vida, en el mundo. A la hora de escribir, supongo que es lo mismo encerrarse en un escritorio frente a la computadora en Buenos Aires que hacerlo en Tandil. Después, claro, seguramente es diferente lo que ocurre a la hora de “mostrarse” y promocionar la obra. Pero, bueno, uno también sabe que los caminos que hace un libro son azarosos y caprichosos. A veces, es cierto, uno quisiera estar más cerca para no perderse algunas cosas. En ese caso, es más un sentirse “lejos”, que fuera de sitio.