10 de Mayo de 2009 | El Mercurio, de Chile
El dolor de los otros no existe

EL MERCURIO

REVISTA DE LIBROS

Domingo 10 de Mayo de 2009


El dolor de los otros no existe
Por Camilo Marks

Nudos, segunda novela de Patricia Ratto, confirma la promesa que significó Pequeños hombres blancos, su anterior ficción: un lenguaje en el límite de las posibilidades expresivas; un conjunto de historias quebradizas, presididas por el sentido unitario y una prosa vernácula -léase argentina- elástica, variada, al servicio de lo que se dice y lo que se omite. Más que personajes, Ratto incorpora voces, con las que estructura sus libros; ellas conforman los materiales con los que se va a narrar. Hay voces que dialogan y voces que monologan, hay voces que contestan y otras que hablan solas; Ratto las agrupa y, al mismo tiempo, las disuelve, mostrando hasta qué punto el universo de donde provienen está integrado, pero también en vías de desintegración. La absoluta falta de complejos para escribir tal como se habla -¿Qué decís? ¿Me sentís?, tenés- es un rasgo único de los literatos rioplatenses, desde Borges y Bioy Casares hasta Cortázar o Puig. Y la violenta deformación de las conjugaciones verbales o las particularidades de pronunciación, que, desde luego, están presentes en todas las naciones de habla castellana, resultan inadmisibles en los libros de mexicanos, chilenos o españoles. Solamente los argentinos y los uruguayos han triunfado al hacernos, casi siempre, inteligible su tan particular forma de darse a entender cuando llevan sus dichos al papel. Nudos, concebida en gran parte mediante conversaciones entrecortadas, no abusa de estas licencias, aunque hay momentos en los que algunos modismos o giros idiomáticos son difíciles de comprender para los que no son habitantes del extenso país de Ratto.

La heroína de Nudos es Roxana, trabajadora social de Tandil, en la provincia de Buenos Aires. La ciudad comparte aspectos comunes con muchos emplazamientos urbanos de América Latina: un sector de gente próspera y adinerada vive en barrios protegidos por alarmas, perros feroces y guardias, en tanto el otro, situado detrás de la estación de trenes, está conformado por hombres y mujeres hacinados en casuchas donde campean la miseria, el hambre, la delincuencia. Una de estas poblaciones improvisadas es Villa Gallo, donde Roxana ejerce su profesión. El temple moral de la protagonista se define por la circunstancia de que se atreve a pasar al otro lado. Esto quiere decir que es capaz de aventurarse en un medio que es distinto o es contrario, ya sea en términos sociales, económicos, políticos o ideológicos. El universo ficcional de la novelista es, así, la manera de situarse ante la realidad, la condición para que sea posible su obra. Sin embargo, en Nudos no hallaremos denuncias ni diatribas contra la injusticia de la marginación. Ratto no juzga ni predispone al lector en contra de los atropellos o a favor del progreso. Todos los sucesos y las experiencias de quienes toman parte en la convulsa trama están expuestos desde la interioridad, incluso a partir del subjetivismo de individuos que, en ciertos casos, carecen, por su falta de educación, de la capacidad para articular de modo inteligente lo que piensan. Si logramos penetrar en sus miedos, sus anhelos, sus instantes de dicha, ello se debe a la pericia estilística de Ratto. Por cierto, los vecinos de Roxana que se desplazan entre parques y jardines están lejos de plantear problemas de entendimiento, aun cuando los vínculos que establecen pueden ser más confusos que los de los desposeídos.

Roxana es testigo de las andanzas de Chiro, miembro de una banda de asaltantes infatuado por Marisa, niña autista que, poco a poco, se transforma en la santa del lugar. Gracias a él, Roxana acude a un negocio de la feria contigua al recinto ferroviario, dirigido por Cacho y Manuel, veterano de la guerra de Las Malvinas, a quien le amputaron una pierna. Los tanteos iniciales culminan en una intensa pasión, determinada por la búsqueda física y espiritual de compañía. Roxana arrastra un pasado de aflicción que Manuel desconocía. En un momento dado, él le dice: "El dolor de los otros no es nada, no existe". Al juntar a esta pareja tan dispareja, que es un episodio más en un escueto volumen repleto de incidentes, Ratto dista mucho de buscar el final feliz que invariablemente deseamos en esta clase de ficciones.

Por el contrario, Nudos, en concordancia con el título, continuará sin resolución. Y pese a la jerga trasandina o la repetición de los mismos procedimientos, se trata de un texto arriesgado y valioso.

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