19 de Marzo de 2014 | Mar del Plata | EL BLOG DE CEE, una lectora
Nueva reseña de PEQUEÑOS HOMBRES BLANCOS
Rumbo al sur

“Pequeños hombres blancos” de Patricia Ratto
Adriana Hidalgo editora, 2006

por Cecilia G. Olguín Gianelli

Cuando la joven profesora de Matemáticas aceptó el puesto en José de San Martín, no se imaginó desde un paisaje de lomadas verdes, sierras con diversidad de formas y colores,chalecitos blancos con tejas y ladrillos ... desde su Tandil armónico y cálido, un lugar tan ríspido, con casas de colores discordantes y juegos de plaza despintados, sin canteros.
En lugar de jardines: yuyos y pajonales ... si pudiera saldría ya mismo corriendo a cualquier parte.
Gabriela llega en esos horarios en que casi todo nos resulta feo, desapacible. Horas cercanas al amanecer, todavía oscuras en lejanos territorios patagónicos, donde todo es un poco ininteligible, sobre todo al despertar sobresaltada después de demasiadas horas de un viaje en ómnibus.
Ese pequeño instante de confusión, donde ascendemos torpemente de los sueños*, se aclara con el frío intenso y el viento desordenando su pelo. Sí, cuando baja del autobús se despierta definitavamente y ve lo que ve.
Desazón de encontrarse sola, parada en medio de la ruta, en medio de lo que parecía la nada misma. "Vas a ver cuando aclare, seis cuadras por seis cuadras y después unos ranchitos y el campo, eso es todo el pueblo", le va a decir Adela dentro de unos minutos.
Y el pueblo va a atravesar toda la novela. Es necesario adentrarse en José de San Martín.
Adela es alguien que se apiada de ella. La persona menos pensada le ofrece pasar unas horas en el Pichi Huinca, hasta la "hora prudencial" de las diez de la mañana, donde parece que la vida se decide a comenzar en este lugar.
Con inocente desconocimiento, Gabriela escucha hablar por primera vez del Escuadrón de Gendarmería, y sabrá con el correr de los días de su presencia vigilante. Casi como un personaje superlativo en un pueblo de menor importancia.
Estos dos elementos van a interrelacionarse, y van a ser la columna vertebral de esta novela que logra desde su perfecto inicio, que comprendamos lo que siente y lo que hace la joven protagonista: desolación de llegar a vivir a un lugar desconocido e irse adaptando a una realidad aún impalpable.
Por fin Gabriela logra encontrarse con el director de la escuela, el señor Esteban Helder, quien la recibirá muy calidamente. Él y su señora Marta, que hace el trabajo de secretaria, la ayudan a alojarse en la casita de la escuela que compartirá con Mónica, profesora de Lengua.
Ya tenemos a los primeros personajes, el resto: los alumnos, chicos y mayores, civiles y militares compartiendo las clases del secundario, todos irán apareciendo y encontrando un lugar en la vida de Gabriela, "la profesora de Matemática", como ya todos la conocen en el pueblo, donde las noticias vuelan.
A pesar de no haber salido del país son otros los mecanismos y otras las leyes que acá comandan. Desde los bailes en el Salón Comunitario, cita obligada de todo el pueblo, hasta los gendarmes galanteando, las idas a Esquel o a Costa, donde pueden darse el lujo de ver un programa de tv o hacer un trámite bancario, todo es un adaptarse a un entorno desconocido y ajeno: de iglesia sin cura, de frutería sin frutas, de telefónica sin teléfonos.
Nuestra mente de lector se va llenando de hipótesis escuchando lo que la gente común, "los civiles", apenas susurran con convicción: "... los milicos, desde lo de Trelew", "llevá el documento, por las dudas ...", "desde la ventanilla de la guardia siempre alguien observa", "no andes diciendo nada de los milicos ..., mirá que estas comunicaciones las escuchan ...", "Se revisa todo."
Precisamente en estas frases ... intimidatorias algunas, de fatua convicción otras, de las que paradojicamente ellos mismos terminaban siendo voceros, encontramos un tipo de violencia imperceptible y "desconocida" para el que no la quiere conocer. No les pertenece, pero forman parte, y allí reside el complejo revés de la trama.
No nos cuesta entender para los que tenemos cierta edad o conocemos la historia ... (aunque todavía nada más nos dijo la autora, tampoco se los voy a decir si luego lo revela).
Imaginamos el contexto histórico de nuestro país, Argentina, que va a enmarcar esta historia.
Pero no se atengan a esto. Una sorpresa nos puede deparar la novela: tiempo y espacio podrían salirse de estos límites. Porque está el otro viaje ....
Gabriela tiene que ir aprendiendo lo que es estar privada del sentimiento de pertenecia. Amoldarse a un paisaje fútil para pasarla lo mejor posible. Para que una carencia de sentido no regule su vida debe plegarse.
Y lo va logrando, aparentemente, ... "Es curioso como la visión se acostumbra a la oscuridad, se adapta, se perfecciona", había dicho significativamente al comienzo, preanunciando su acostumbramiento e inserción, ... hasta ahí nomás.
Pichi significa pequeño y huinca hombre blanco, en idioma mapuche. Pequeño hombre blanco
Eso eran ellos, Gabriela, Mónica, Ángel, Javier, ... los que venían "de afuera", insignificantes blancos perdidos en un territorio interminable ... Y ajeno. Donde las cosas quedaban claras: no querían a los porteños.
Gabriela se aventura ... ¿qué fue a buscar a un pueblo perdido con una única calle asfaltada? ¿de qué estaba escapando?¿por qué la gente va a esconderse al sur?
No tenemos sus recuerdos (algunos vamos teniendo muy de a poco), su historia, salvo la economía de sentimientos que condicen con lo frugal de los diálogos y los personajes, todo crea un escenario lacónico. En un ánimo y escenas que me gustaron volver a leer, no las voy a develar, solo les menciono el paseo a caballo de Gabriela y el comandante Ángel Blanco, la autora, sin cambiar el ritmo del relato, sí nos muestra una faceta íntima de estos dos protagonistas.
Con tres o cuatro referencias, Patricia Ratto nos ubica hábilmente en tiempo y en una cronología histórica, "¡... Pinocho controla a los chilenos hasta cuando mean!", por ejemplo.
Las escenas de la novela se van desarrollando placidamente, en el sentido que nada nos sobresalta ni llama demasiado nuestra atención. La autora parece sumergirnos también a nosotros en una disposición de sosegado espíritu de conformidad, donde va plantando delicadamente las semillas...
Observamos pasivamente la dualidad del pueblo: odia a la gendarmería pero está prendida a ella. Es un lugar anodino, y sin embargo tenso.
Una de los aspectos que más me gustó, a unos días de haberla terminado, días que me doy para pensar en lo que leí, es que todo lo no dicho está ahí, en los muchos diálogos escuetos y reveladores. Un recurso inteligentemente empleado que aprecio y valoro.
Al pensar la historia, contada por en 3ª persona, por un "narrador observador", descubro con sorpresa dos lecturas: una, teniendo en cuenta tiempo y lugar, otra, saliéndome de estos límites de los que le hablaba antes, observando el viaje de Gabriela en toda su dimensión introspectiva. Las líneas se ablandan, los límites se desdibujan...
Descubrir como "la visión se acostumbra a la oscuridad, se adapta, se perfecciona" adquirió un significado profundo al finalizar la novela.
Gabriela, mimetizada o no con la alienación de su entorno, con sospechas que dan en el blanco o que son equívocos, con la inercia o la comodidad que la va llevando, en un lugar de aparente inacción pero que esconde una trama oculta, descubriéndose en la dualidad de su amante (Ángel es también el que le enseña con que delicadeza y silencio hay que mirar a los ñandúes) y la que deja un diálogo inconcluso porque se tornaba peligroso. Su imagen reflejada en un espejo que no le gusta, de repente ... la vida se revela otra cosa, acaso un negativo de sí misma.
Finalmente, salir o no del marasmo en el que se había ido sumergiendo... todo lo que acontece parece suceder fuera del mundo.
Por supuesto que mi mirada puede ser acertada o errónea a los ojos de la autora y de todos los demás lectores. Así es como veo a Gabriela, sin contar demasiado, sin ir más allá de lo conveniente al futuro lector. Así la fui conociendo. Poco a poco todo se fue revelando.
Al principio, la creí un personaje de otro desierto, ese de Buzzati (El desiento de los Tártaros), emprendiendo el viaje inreminable hacia un lugar inóspito, la cotidianidad dominando sus vidas y sintiendo la opresión que ambos, Gabriela y Drogo, comienzan a sentir más tarde.
Para mí tiene el plus de la evocación. Haber vivido en el sur, frecuentado un ambiente donde "el Casino" no es el lugar de juego que todos imaginamos, lo desapasible del clima, ¡el viento!, sabrán de su efecto los que allí vivieron, dejando en los oídos ese zumbido que tanto perturba. Y muchos detalles más, que hicieron que la viviera de una manera más intensa, y que no deseara que terminara.
Pero insisto, la historia va mucho más allá de lo que pudo haber sucedido en un pueblo chubutense en unos años determinados.
Espero que sean muchos los que lean esta novela, que disfruten de una historia que estoy segura los va a conmover, los va a hacer pensar en esa cosa del espacio ... entre un punto y otro, ese espacio vacío que hace que lo poco que hay cobre otra importancia. Todo contado con un estilo limpio, con estas frases maravillosas que fui intercalando. Frases que permiten una lectura fluída y encontrarnos con una mirada diferente y, sin embargo, cercana. La recomiendo especialmente.
C. G.

Mis notas:

-Las frases en cursiva pertenecen al libro. Con excepción de "ascendemos torpemente de los sueños" que es del poema El despertar, de Borges.

-Párrafo elegido:
"Cuando todo está cubierto de nieve y el cielo permanece nublado, no hay colores en José de San Martín; solo se percibe una gama de grises de distintas intensidades que van desde el oscuro metálico al claro iridiscente. Las líneas se ablandan, los límites se desdibujan, las superficies se uniforman y es difícil saber dónde termina la calle o el horizonte, dónde comienza la vereda o el cielo.
Además el silencio, como si esas ausencias_la del color, el límite, la forma_vinieran con esta otra_la del sonido_haciendo que todo se vacíe.
Así nada parece real; la vida se revela otra cosa, acso un negativo de sí misma." (pág. 152)

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