05 de Enero de 2019 | TANDIL
El poema no-poema de la escritora tandilense Patricia Ratto que es furor en las redes
HIJOS DEL PODER

HIJOS DEL PODER
(esto no es un poema)

yo no veo
vos no ves
él y ella tampoco,
pero, en Tandil,
los hijos del poder
hacen fiestas
y se toman sus licencias
para cosas que
nosotros, los comunes,
no podemos
ni queremos.

En Tandil, los hijos del poder
hacen estallar, en sus fiestas,
por fuera de las normas,
fuegos de artificio.
Impunemente, hacen estallar
-porque se les da la gana
a los hijos del poder-
hasta que sangran
los oídos
de los terneros
(no es una metáfora
lo que estoy diciendo:
es, literalmente, sangre
saliendo de las orejas
de las pobres bestias).

Las otras bestias,
las que de ninguna manera son pobres,
ríen, ante el espectáculo,
con sus risas torcidas
de poderosos.
Estruendos, luminarias, sangre
que nosotros no vimos
pero alguien vio.
Y después contó:

En Tandil, los hijos del poder
castigan perros
en sus fiestas oscuras,
aprietan con sus manos
los brazos de las muchachas
que dicen que no
e intentan conducirlas
a la fuerza
a donde las muchachas,
de nuevo diciendo no,
gritando no,
no quieren ir.

En Tandil, los hijos del poder
cuentan con avidez
el dinero ganado
con la gran venta de entradas
de sus fiestas torcidas.
Tamaño espectáculo
los complace hasta el éxtasis
y les estampa en el rostro
ese rictus de risa.
Insultan, descaradamente,
a los oficiales de justicia
que levantan las actas
de lo que, a todas luces,
se ve turbio y no está bien.
“No se molesten que
acá no va a pasar nada”,
gritan, entre risotadas,
los hijos del poder.

Mientras tanto, en Tandil,
la maldita costumbre
de mirar hacia otro lado
se apoltrona, con parsimonia,
en sillones confortables:
¿Viste qué pintadito
está el castillo Morisco?
¿Viste qué lindos
los dinosaurios de chapa,
las flores de chapa,
que pusieron?
¿Y la piedra de cartón que casi
casi parece real?
¿Por qué no recordar
-también, de paso-
que hemos logrado
el inefable récord
de tener el salame
más largo del mundo?
Los hijos del poder ya van
a pagar las multas,
tan malos muchachos no son
después de todo,
locura de juventud…
Y algo habrán hecho,
por su parte,
esas chicas,
esos terneros,
esos perros,
esos inspectores.

En Tandil, hay miedo
y silencio
y gorriones al pie de los eucaliptos
como papelitos oscuros abollados.
¿No habrá llegado el momento
-me pregunto,
casi con desesperación-
de abrir los ojos?

Yo los abrí
y veo:
los moretones en el brazo
de la muchacha
que cuenta y llora,
el lomo llagado del perro,
la sangre, ahora seca,
en el pelaje tibio
de las orejas de los terneros.

Yo veo, con miedo,
no lo voy a negar,
¡si sólo tengo,
para enfrentar todo esto,
un puñado de palabras!
Pero, así y todo, veo.
¿Y vos? ¿Vos ves?

Mientras escribo
alguien, presurosamente,
barre los pájaros muertos
y los mete en una bolsa
negra de consorcio.
Como dije al comienzo
esto no es un poema
y, ahora, sin temor
a equivocarme, agrego:
ESTO ES UN DOLOR.

Patricia Ratto