17 de Diciembre de 2010 | Buenos Aires
Entrevista a Adriana Hidalgo
El libro es demasiado perfecto como para quedar relegado

CRITERIO Nº 2366 :: Diciembre 2010 :: Cultura

por Poirier, José María - Ryan, Romina

Miembro de una familia dedicada al mundo editorial desde principios del siglo XX –la clásica librería porteña El Ateneo fue fundada por su abuelo– creó en 1999 Adriana Hidalgo editora, una de las más prolíficas y reconocidas nuevas editoriales de la Argentina para el mercado hispano.

La editorial Adriana Hidalgo nació con cuatro títulos: El silenciero, de Antonio Di Benedetto; El jardín de los poetas, de Leónidas Lamborghini; Almuerzo en casa de Ludwig W., de Thomas Bernhard, y La piel de caballo, de Ricardo Zelarayán. Un año después comenzó a exportar a América latina y a España. “La única manera de tener una editorial de estas características era aprovechar tantos países con la misma lengua, y en esos términos hacemos los contratos. Esto nos permite contar con cierta cantidad de títulos que sabemos que no se venden de a miles pero que pueden trascender fronteras”, afirma su directora. Hoy Adriana Hidalgo editora publica un promedio de 22 títulos y 15 reediciones por año. El 40 por ciento del catálogo es de autores nacionales o excepcionalmente algún latinoamericano, y el resto son traducciones. “No nos limita el idioma, cuando nos gusta un texto en lengua extranjera apostamos a conseguir el traductor adecuado y lo publicamos”, dice. Tal es el caso de Una novela real, de Minae Mizumura, una de las más importantes escritoras japonesas actuales. La novela en cuestión obtuvo el Premio Yomiuri, uno de los mayores reconocimientos literarios de su país: “Nos llevó tres años y además del traductor necesitamos de una editora especializada, que realizó una suerte de corrección literaria”. Un proceso parecido demandó publicar al antropólogo Michitaro Tada y su Gestualidad japonesa, que ya va a por su tercera reedición, en el que trabajó la escritora Anna Kazumi.

 –¿Qué función cultural cumple Adriana Hidalgo editora, junto a otras prestigiosas iniciativas como Beatriz Viterbo, La bestia equilátera, Bajo la luna, Mansalva, Entropía, Paradiso o Eterna Cadencia?

–Nosotros publicamos lo que nos parece relevante e interesante en términos estéticos, literarios y de circulación de ideas, según mis criterios de selección y los del editor Fabián Lebenglik. No hacemos  investigación de mercado, publicamos todo lo que nos parece de interés. En nuestro catálogo los autores pueden encontrar que sus obras están bien acompañadas, es un medio donde se pueden potenciar entre sí. No son libros sueltos sino que componen un mapa.

–Tu tradición familiar es importante en el mundo literario, ¿te sentías predestinada para esta empresa?

–La vida es rara y no se puede programar casi nada… Me encantaba el trabajo de directora de El Ateneo, porque la librería era como la continuación de la biblioteca de casa. Cuando se decidió la venta fui una de las que trabajó activamente en ese sentido; todo tiene su ciclo. Después, cuando se terminó, decidí empezar este proyecto que hoy, once años después, todavía me sorprende. El mayor desafío es que muchos lectores se identifiquen con la editorial, algo muy difícil de lograr.

–Uno de los grandes éxitos, por ejemplo, fue traducir El africano de Jean-Marie Gustave Le Clezio, un año antes de que recibiera el Nobel de Literatura.

–Sí, quisimos tener su primera traducción al español. Este año sacamos El éxtasis natural y ahora estamos traduciendo una novela anterior, Revoluciones. Es un gran autor porque nos permite un contacto novedoso con un continente distinto, y el descubrir la importancia de la corporalidad. Yo estaba en Frankfurt cuando lo galardonaron con el Nobel y teníamos apenas 500 ejemplares en stock. En España decidí imprimir otros 5.000 que pudieron distribuirse inmediatamente, ya que la exportación hubiera demorado más o menos 45 días. Y desde 2009 nos animamos a hacer pequeñas tiradas de algunos títulos en España para abaratar los costos de traslado.

-¿Qué autores y libros han marcado tu gusto literario?

–Me acuerdo de Memorias de una joven formal, de Simone de Beauvoir; y ¿quién no empezó con Hermann Hesse? También Thomas Mann, y su maravillosa Montaña mágica, y cuando descubrí a Mario Vargas Llosa: sus textos me parecieron una locura. Además leía bastante en francés: Boris Vian, Le Clezio…En cuanto a los autores argentinos, me divertía mucho Mujica Lainez, y me gustaba Silvina Ocampo y las fantásticas Causeries de Lucio V. Mansilla. Y Borges, por supuesto. De poesía argentina, nombraría a Diana Bellessi y a Juana Bignozzi, de quien recientemente publicamos Si alguien tiene que ser después.

–¿Cómo pensabas al comienzo la editorial y cómo fue cambiando el perfil?

–Teníamos un ideal, pero no sabíamos cómo nos iba a ir. Y no cambiamos mucho nuestras ideas y nuestros gustos. Aprendí que para tener cierta credibilidad, no hay que moverse del punto de partida: calidad, independencia de criterio y textos novedosos. Después, en lo concreto, con los años notamos que las traducciones tienen mejor mercado; con los autores argentinos es más difícil. Antonio Di Benedetto es el que más se ha impuesto y ya hace dos años completamos la publicación de toda su obra; por último sacamos Cuentos reunidos. En 1999 empezamos vendiendo muy pocos ejemplares, pero a medida que fue pasando el tiempo y completando la obra, se vende muy bien. Un paso reciente es la colección Pípala, a cargo de mi hija, Clara Huffmann, que es socióloga, y ya editamos diez libros ilustrados de literatura infantil. Los imprimimos en China, donde los costos en este tipo de libros son mucho más bajos.

–La Argentina tuvo una importante tradición de traductores que luego se fue perdiendo, por diversos motivos. ¿Cómo funciona ahora la traducción argentina en España?

–Muy bien, buscamos traductores muy buenos porque es algo fundamental. En el caso de Le Clezio,

tuvimos el honor de que lo hiciera Juana Bignozzi, que además de poeta es traductora. La  distribución en América latina es complicada. Nuestras plazas más fuertes son México, Chile y también Colombia, Perú y Ecuador, si bien los lectores son menos en número. El Salvador, Puerto Rico, Uruguay y Brasil también nos están comprando.

– ¿Te interesa incorporar autores jóvenes?

–Sí, por ejemplo, en literatura argentina, tenemos a Patricia Ratto, de quien ya publicamos dos novelas; también editamos Cada despedida, de Mariana Dimópulos, que es escritora y traductora del alemán. Publicamos Letra muerta de Mariano García, que también trabaja como traductor; Selección natural de Cecilia Szperling… Cuesta muchísimo imponer un nombre nuevo, y no sé muy bien cómo funciona. Por ejemplo, se vendió bien La asesina de Lady Di, de Alejandro López, pero no esperábamos tanto. No sé cuál es la regla.

– ¿Cuáles han sido los títulos más taquilleros de Adriana Hidalgo?

El libro de la almohada, de Sei Shônagon, con seis reediciones; Antonio Di Benedetto en general y Zama en particular; Big Sur, de Jack Kerouac; y la obra de Giorgio Agamben y de Clarice Lispector, que podrían ser nuestros bestsellers. También circula muy bien la colección Vampiria, de la cual llevamos varias ediciones.

– ¿Qué opinás del mundo de los subsidios?

–Nosotros en general utilizamos subsidios vinculados a la traducción. En primer lugar elegimos a los autores y después investigamos si existe la posibilidad de postularnos para un subsidio. La embajada de Francia es muy activa en este sentido e incluso a veces pagan parte del anticipo de derechos, y el Goethe-Institut también ofrece el pago de algunas traducciones. Además, Brasil está estimulando las traducciones y ya tenemos varios títulos muy interesantes, por ejemplo, Sagarana de João Guimarães Rosa, y tenemos una nueva traducción de Gran Sertón: Veredas, a cargo de Gonzalo Aguilar.

–¿Frankfurt es paso obligado?

–No es imprescindible porque todo se puede hacer por Internet, pero empezamos a ir en 2003 y descubro año tras año los frutos del contacto personal. Frankfurt es gigantesco, inabarcable, reúne a todas las editoriales del mundo. De todas maneras, la agenda y los contratos se pautan varios meses antes. Logramos tener una red de editores afines en distintas lenguas, y año a año vamos nutriendo la consistencia y el trabajo común. En lengua española es muy linda la Feria de Guadalajara, teniendo en cuenta que geográficamente México está en un lugar central. La Feria de Buenos Aires, en cambio, es más comercial que profesional; es una gran librería. Yo no entiendo por qué se hace una feria tan larga, de tres semanas, lo cual significa una complicación terrible para las editoriales, en una ciudad que está llena de librerías. Nosotros vamos al stand de Tusquets, que es nuestro distribuidor en la Argentina.

–¿Cuál es, a tu juicio, el futuro del libro?

–Creo que va a seguir existiendo porque es demasiado perfecto como para ser relegado. El libro papel aprenderá a convivir con el electrónico y posiblemente las novelas se leerán más en papel, o dependerá de las generaciones. Sin embargo, para el editor el trabajo no cambiará mucho, porque de todos modos va a elegir al autor que le interesa traducir o publicar. El dilema tendrá más que ver con la comercialización. Internet democratizó la crítica literaria, hay blogs específicos con muchos seguidores, aunque debo confesar que a veces siento que tanta información me agobia.

–¿Cuáles son tus librerías preferidas de Buenos Aires?

–¡Tantas! Me encanta “Libros del Pasaje”, en la calle Thames; “Eterna cadencia”, “Norte”, “Guadalquivir”, y dentro de las que son cadenas, está muy bien “Cúspide”. Yo vivo en zona norte, así que voy a la “Boutique del libro” de Martínez y a la de San Isidro. Todavía hay lugares con buenos libreros, que son nuestros principales aliados. Cada tanto los invitamos y les contamos de nuestras novedades.